jueves, 11 de agosto de 2016

La Venus de Isaac Díaz Pardo

Muchas son las fuentes que siempre han llenado a los artistas de inspiración. Desde los tiempos más remotos hasta el momento actual, el creador bebe de lo habitual y más cercano para darle forma en su mente y transformarlo en un objeto que nos devuelve otra manera de ver el mundo, la cual, a fin de cuentas, es el objetivo del artista.

La Venus de Isaac Díaz Pardo
La Venus de Isaac Díaz Pardo mirando
desafiante y picara al fotógrafo

De esta forma Isaac Díaz Pardo señala el punto principal de la existencia con un eje vertebrado atlántico por diferencia y por obligación. Venus pertenece al subconsciente colectivo desde antes de que naciera como tal y son los griegos los que la dan forma y la convierten en diosa, pero es Isaac el que nos la devuelve humana y gallega.

Por tanto, es normal que, como reconocimiento, Venus vuelva a nacer en la pequeña fábrica de O Castro,  en un lugar cercano  a esa concha de arena que es la playa de Gandario, porque Galicia le debe tanto a Venus desde los tiempos en que los antiguos gallegos las llamaban Cariño que, en la mente de Isaac Díaz Pardo, no podía faltar la llamada a la diosa para que proteja la aventura.

La Venus de Isaac Díaz Pardo mirando
el mundo  desde su balcón.


La iniciativa de O Castro como fábrica que plasmase la idea de Isaac Díaz Pardo de llevar el arte más allá de los lugares elegidos para ello es más importante de lo que en un principio parece. Pues no se trata de despreciar en sí, por ejemplo,  una vajilla destinada a servir la mesa con cierto estilo, sino que se trata de llevar el arte a cada rincón de la casas gallegas, recordando en cada una de las piezas que el símbolo gallego más primitivo proporciona identidad a cada figura que sale de O Castro: el dolmen.

El dolmen como simbolo eterno de O Castro en la Venus de Isaac Díaz Pardo


El artista nos enseña que Venus nos mira desde su atalaya y nos recuerda que no hay nada junto al mar que no nazca de él. Ni la Torre de Hércules, que necesita del mar para ser, ni el Camino de Santiago, que le debe todo a las conchas venéreas que portan orgullosos los peregrinos, recordando que, antes de que llegase la cruz, se veneraba el amor como fuente de vida eterna.

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